Principal

Diario YA


 

Cuestión de dignidad

Pilar Muñoz. 29 de Octubre.

Dignidad significa “calidad de digno”. Deriva del adjetivo latino dignus, traducido por valioso, y es el sentimiento que nos hace sentir precisamente así, valiosos, sin importar nuestra vida material o social. La dignidad se basa en el reconocimiento de la persona como merecedor de respeto por sí misma; es decir, que todos merecemos respeto sin importar como seamos. Un exceso de dignidad puede exagerar el orgullo propio, creando la sensación al individuo de tener derechos inexistentes.

Hace unas semanas saltó la noticia de la prohibición de “hombres anuncio” en las calles de Madrid. Esta prohibición fue impuesta por el Alcalde, el Sr. Ruíz Gallardón, por considerar que era una función, tarea o trabajo “indigno” para los ciudadanos que se exhibían con los carteles publicitarios como medio de vida. Esta consideración de indignidad ha sido unilateral, puesto que los propios sujetos estaban alejados y contrarios a tal percepción de su dimensión personal.

Consideremos esta premisa: el veneno no mata si no te lo tomas. La medida tomada por el alcalde carece de verdad y está muy alejada de las razones esgrimidas para ejecutar la resolución, puesto que el ser humano posee dignidad por sí mismo, no viene dada por individuos o factores externos, se tiene desde el mismo instante de la concepción y permanece a lo largo de la vida del hombre y mujer. Los hombres anuncio no se consideraban indignos, puesto que ellos no estaban poniendo en juego el respeto hacia ellos mismos, sólo estaban poniendo en juego su supervivencia. Los hombres anuncio se ganaban la vida con dignidad y desde la dignidad y honradez, sin considerar otras prácticas delictivas o antisociales, en las cuales sí perderían su dignidad.

Los otros, los de fuera, los que nos rodean, no nos pueden quitar ni poner la dignidad, ni siquiera nos la pueden rozar. Tampoco el Sr. Gallardón puede acceder a esta dimensión por mucho poder que él ostente, o por muchas muestras de dicho poder que manifieste. La “dimensión dignidad” es la dimensión más espiritual que tiene el hombre, porque entronca directamente con la esencia de su ser, con absoluta independencia de su entorno social, étnico o material. La dignidad se cuela en cada embrión en el momento de su concepción y nos dirige y distingue en toda nuestra trayectoria vital, incluyendo el proceso de dolor, sufrimiento y muerte.

Expongo dos ejemplos para que los lectores perciban lo maravilloso de ser poseedores y gestores de nuestra propia dignidad. En los campos de concentración se realizaban vejaciones terribles, torturas indescifrables e inhumanas, pero a nadie se le ocurriría pensar o decir que las víctimas de tal horror eran indignas, sino todo lo contrario, los verdugos eran los que refregaron y malgastaron su dignidad como humanos. El prendimiento, juicio y crucifixión de Cristo estuvo plagado de indignidades: Pilatos, los Sumos Sacerdotes, el pueblo de Jerusalén que antes le había aclamado. Pero la dignidad de Jesús no fue ni rozada, más bien ponía en evidencia a través de su contemplación la indignidad e injusticia de los otros.

Nuevamente, en nuestra actualidad aparece la palabra dignidad asociada a la muerte, como excusa o subterfugio para enmascarar una debilidad, una asunción y aceptación de la debilidad y finitud humanas. Existen grupos que estimulan, facilitan y animan a realizar testamentos vitales para diseñar “humanamente” la muerte digna. Es constante en la historia de la humanidad, negar la dignidad humana o justificarse en nombre de ella para atentar contra la dignidad de la persona. En múltiples situaciones que se apela a la dignidad, en realidad se están dirimiendo otras dimensiones humanas como el orgullo, la cobardía o la prepotencia. La muerte, su proceso y aceptación del final indica una sencilla humildad, un sentirnos pequeños y finitos, también nos da la oportunidad de ir gestionando y cerrando capítulos importantes de nuestro ciclo vital. Es el momento de concluir y superar emociones, situaciones y relaciones que se nos han antojado difíciles en la vida y que disponemos de un período corto y consciente para poner el broche individual a cada singladura. El testamento vital es algo sustancial, necesario, idóneo, pero no para mostrar nuestro miedo y cobardía ante el dolor y sufrimiento. Un testamento vital no tiene conexión con la dignidad de morir, sino con la cobardía de vivir dependiendo de otros y mirando cara a cara nuestra fragilidad.

Cristo nos mostró una vez más el camino de superación y nos dio una lección de Vida y de sufrimiento: Él no se bajó de la Cruz en ningún momento. No se trataba de masoquismo, se trataba simplemente de Amor intenso, de obedecer hasta el final la tarea encomendada por el Padre. En esa aceptación hasta el final estuvo la dignidad de ustedes y la mía. Si Jesús hubiera renunciado al Calvario estaríamos ante un acto histórico, pero no ante una conducta de Salvación. Así pues, la muerte digna nuevamente no nos la da el médico, ni los sofronizantes, ni tampoco los testamentos vitales. Sólo se la da el individuo a él mismo, incluyendo el tramo último de su vida. No sufran ustedes, nunca serán indignos cuando sean dependientes, ni cuando estén enajenados, ni tampoco cuando no se puedan mover o no controlen esfínteres o tengan silorrea Será el momento de “que otros les ciñan”, de hacernos pequeños y frágiles y disponernos a licenciarnos de la vida de una manera muy digna. El ser humano tiene que vivir y esperar a la muerte con los ojos abiertos y con la dignidad de saberse Hijos de Dios.

 

 

Etiquetas:Pilar Muñoz