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Cultura y política

Fernando Z. Torres. “Un intelectual es una persona con una formación que le ha procurado un prestigio social y que puede emitir una opinión pública, sin nada a cambio. Y un político es una persona que defiende sus ideas partidistas de manera libre, pero cuyo fin es que se pongan en práctica”. Son palabras de César Antonio Molina a propósito de la publicación de su último libro, La caza de los intelectuales. Ministro de educación socialista entre julio de 2007 y abril de 2009 su currículum, por exageradamente cultivado, está al alcance de muy pocos. De formación desmesurada y obra extensa, su perfil no cuadra con el de político profesional actual, por lo que Zapatero decidió prescindir de él año y medio después de su inicio en el ejercicio como cabeza visible de la cultura española.

Creo sinceramente que el expresidente le hizo un favor pues como bien dice, “al intelectual se le destruye incorporándolo a una ideología y retirándole la independencia.” Reconoce que cuando Zapatero le ofreció la puerta le confesó que precisaba de “una chica joven y más glamour”
Y eso es precisamente lo que ocurre al entrar en política. Ya no sólo sucede con los intelectuales, se da también con cualquier ciudadano que tenga determinados principios y valores. Si éstos chocan de alguna manera con la idea suprema, ya no de la formación de turno, sino del gerifalte del partido; o sucumbes o te vas o te echan. Es escalofriante leer que “en política hay una idea nefasta que defiende que es impopular intentar elevar el nivel de vida cultural del país.” Y no es extraño. A mayor nivel cultural de una sociedad, mayores preguntas se formula el individuo en cualquier orden de la vida, y mayor cuestionamiento se produce respecto de las conductas de los gobernantes. Molina apunta, en cualquier caso, al cuarto poder, que tuvo oportunidad de conocer en su etapa como director adjunto de Cambio 16 hasta 1996, como más influyente que la propia figura de ministro. “Es la época en la que más poder tuve”, afirma.

Al PSOE se le supone un ideal de justicia social, tolerancia, progreso…Molina representa esos valores compartidos por la mayoría de españoles sin embargo, como demuestran los próximos comicios europeos, España no es soberana para poder poner en práctica su anhelo sino que depende de un entre supranacional al que ha cedido soberanía, cada vez más, que piensa, regula y ejecuta por nosotros. Las decisiones del parlamento europeo nos vinculan a los 28 Estados miembros de forma que, tengamos las ideas que tengamos, si no siguen las directrices de los países potentes de la Unión, no se aplicarán.

Por este motivo es de suma importancia que meditemos a conciencia el significado de lo que nos jugamos el #25M. Recordemos que es el modelo el que falla. Si no tomamos conciencia y nos dejamos llevar por el trabajo (mal) hecho por parte de políticos encantados con nuestro letargo, no haremos otra cosa que seguir lamentándonos de nuestras desgracias. La deshumanización originada por la vorágine consumista-deudora, nos ha sumido en una suerte de elementos acorazados carentes de emociones y empatías con el prójimo. El componente de socialización presente aún en tantos pueblos de nuestra geografía, ha mutado a un absoluto recelo hacia nuestros semejantes, plasmado en envidia y en el intento de demostración estéril de lo que no se es.

Lo abstracto y rico de la intelectualidad ha sido apartado en favor del materialismo más obsceno, materializado en una corrupción política galopante que, por extensión, no es otra cosa que falta de respeto al gobernado. Demostración indecente de las debilidades del hombre vacío de erudición y de valores que le permitan discernir, con criterio, de lo que está bien y lo que está mal. Cultura y política, por este orden, siempre debieron caminar de la mano. La primera para formar física y espiritualmente al sujeto que le permita desarrollar con grandeza la segunda.

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O: @lancistaz

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