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Diario YA


 

El coloso con pies de barro

Pilar Muñoz. 15 de Octubre.

La crisis económica que está azotando a nuestro mundo y a nuestras finanzas es un hecho objetivo y tangible ante el cual nos sobrecogemos, nos asustamos e intentamos apresuradamente buscar soluciones financiares o artificios de ingeniería económica que reestablezcan la homeostasis comercial del planeta.

Parece incomprensible, desde un paradigma racionalista y positivista, que en una sociedad donde el hombre lo puede todo, dónde nada hay fuera del alcance de la ciencia y la técnica, ocurra un fenómeno social, político, económico, cultural, y antropológico de estas dimensiones. Desde la Revolución Industrial el hombre ha escalado en avances y logros para dotar a la humanidad de una calidad de vida antes inimaginable. Bien es cierto, que la distribución y equidad en el disfrute de esos logros ha sido y es muy desigual. De ese principio de desequilibrio entre necesidades y bienestares, deviene la situación de desplome o derrumbe de un gigantesco sistema económico que tiene unas fisuras insostenibles y poco realistas respecto a la realidad humana.
 
Si partimos de un análisis sociológico convendremos que el dinero es una convención y conveniencia del grupo humano, y que está basado en una recompensa a tasa fija por un trabajo continuado y sistemático, el cual redunda en el avance y bienestar del propio sujeto y del grupo. Es decir, el tandem trabajo y dinero eran objetivos, tangibles, proporcionales y concretos. La monetización supuso una realidad, la cual se relacionaba con dimensiones de trabajo, y éste con esfuerzo, sacrificio y tiempo. Ya en tiempos de Cristo se atisbaba la fuerte atracción del dinero en el hombre, suscitando sentimientos y conductas nada constructivas como: la ambición, el poder, la usura, el delito, el egoísmo y la avaricia. Jesús de Nazaret fue el primer visionario e intervencionista con medidas muy comprometidas y difíciles de comprender: “No se puede servir a dos señores a la vez; a Dios y al dinero”.
 
Coincidiendo con la aparición de la alta tecnología, de los grandes y rápidos avances científicos, el dinero también ha experimentado un nivel extraño en su concepción y su manejo. Ahora es más abstracto, intangible, susceptible del albur de un puñado de “brokers” en espacios muy elitistas (parquets) dónde virtualmente componen el acontecer de millones de ciudadanos que trabajamos, sufrimos y anhelamos en función de pantallas repletas de cifras que pueden subir y o bajar, y con ello complicarnos la existencia.
 
El ser humano de nuestros días ha depositado en las coordenadas científicas y tecnológicas lo más valioso que él tenía: la fe, la esperanza y la confianza plena. No ha reflexionado en lo humano que hay detrás de cada organismo, de cada institución o de cada plan económico. Esta ceguera egoísta e insolidaria ha traído como consecuencia una sintomatología de frustración, de sorpresa, de pánico, de depresión, de angustia, de confusión y aturdimiento generalizado. En el fondo, aunque sea el hombre de la era de la computación, fabula y tiene creencias “naifs” acerca de un solucionario o una varita mágica que vuelva a recomponer el sistema de bienestar, que parece que nos es consustancial.
 
Expertos y sesudos economistas, financieros y capitalistas podrán analizar un plano nada desdeñable, recomponer la musculatura occidental del capital, del dinero, del bienestar, del consumo. Bien, pero no irán nunca a la causa real del problema, se quedarán en lo que interesa a unos cuantos, no lo que necesitamos los seres humanos para construirnos como hombres y mujeres productivos, dignos y seguros. Pasarán por alto la solidaridad, la desigualdad, la saciación y acumulación de bienes en Occidente. No se atreverán a plantear verdades para el hombre como la necesidad del trabajo, como la necesidad del ahorro, como la necesidad del control del consumo. Es decir, este coloso es un gigante inhumano que está devorando como Saturno las horas, pero él se está nutriendo de los afanes y esperanzas de millones de seres humanos que han sido confundidos entre sus necesidades y sus costosísimos placeres.
 
Por último mis queridos lectores les invito a la reflexión de un proverbio chino, el cual dice que “ante una crisis siempre existen dos elementos: el peligro y la oportunidad”. Del primero ya se encargan los noticiarios, generándonos intranquilidad, desconfianza y miedo. El segundo sólo lo encontraremos si ponemos a funcionar nuestro espíritu, si verdaderamente encontramos esa parte única que poseemos los humanos: la fé, la confianza en un valor seguro, la serenidad de que siempre existe un Dios que nos cuida y vela por sus criaturas, sin olvidarnos del trabajo y el esfuerzo diarios. Así pues, quizá sea el momento definitivo para que ese “gigante” caiga y que pueda renacer una semilla de mostaza que crezca construyendo un Reino más justo y digno para todos los hombres y mujeres de bien.

 

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