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Diario YA


 

La generación Piqué es una generación acostumbrada a que la mientan

La democracia que le gusta a Piqué

Rafael Nieto. La generación Piqué es una generación acostumbrada a que la mientan. Y a tragarse las mentiras, por una sola razón: porque son mentiras de consenso y por tanto gozan del respaldo mayoritario. La generación Piqué cree que la democracia consiste en votar en cualquier sitio y en cualquier momento, con urnas que ya están llenas de papeletas antes de empezar la votación, sin censo electoral, sin garantías jurídicas de ninguna clase y haciendo de una cuestión nacional un referéndum regional. La generación Piqué cree también que la policía y la Guardia Civil disfrutan empleando la violencia contra pobres ancianitas y niños indefensos, porque en realidad no son agentes policiales, sino sádicos violentos con uniforme. Y lo creen porque les conviene creerlo, y porque en el mátrix progre-liberal, la mentira lo ha anegado todo y ya apenas es posible encontrar un ápice de verdad.

Por eso, las democracias que le gustan a Piqué, a Pablo Iglesias y a Puigdemont son como lo que vimos ayer en la astracanada independentista. El modelo Nicolás Maduro, corregido y aumentado. Ni rastro de nada que tenga que ver con un Estado de Derecho. Simplemente, democracia asamblearia en estado puro, el sueño de Pericles hecho realidad con algunos siglos de retraso. La democracia bananera que sólo puede triunfar allí donde la mentira reina de manera absolutista.

Todo en Cataluña es inventado y falso. Es falso que existan razones para considerarla una nación. Es falso que tengan, por tanto, derecho a decidir, pues la integridad de un todo nunca lo puede acordar una parte. Es falso que España les robe, porque más bien es el separatismo el que nos lleva robando al resto de españoles desde la Transición. Y es falso que cuando los agentes de policía y Guardia Civil sacaron ayer la porra lo estuvieran haciendo contra ancianitas desvalidas y niños indefensos, como hoy proclama la prensa internacional. Son simples y puras falacias, eso sí, falacias que a Puigdemont, Piqué y Pablo Iglesias les sirven para poder engañar a sus adeptos o simpatizantes.

El golpe de Estado de ayer, que se concretará en una declaración de independencia en unos días, exigiría un Gobierno fuerte capaz de intervenir con urgencia, deteniendo a los sediciosos por alta traición, y un Jefe de Estado capaz de sobreponerse al papel de figura decorativa que le asigna la Constitución. Pero en la Zarzuela no hay señales de vida inteligente y en la Moncloa habita un señor que no cambia el tono tecnócrata de sus discursos ni cuando está el juego la sagrada unidad nacional española. Ni siente, ni padece, porque está criado también en el mátrix progre-liberal donde la verdad no existe y lo único que importa es el dinero. Ayer votaron los niños, los adultos metían 3 y 4 papeletas, no había censo electoral, nadie vigilaba la validez del proceso, las urnas estaban llenas desde antes de empezar a votarse, pero ¿qué importa?, si todos sabíamos desde el principio que el resultado final era, por supuesto, un Sí abrumador, del 90% según Junqueras. Cuando sumas el total, sale más de un 100%, un 100,88%, pero en las democracias bananeras estas cosas pasan a veces y no tienen mayor importancia.

En un país serio, Puigdemont, Junqueras y sus consejeros estarían ya detenidos y siendo juzgados. Los policías y guardias civiles que ayer soportaron provocaciones y agresiones de todo tipo, serían hoy mismo condecorados y homenajeados. Y naturalmente, la autonomía catalana sería suspendida inmediatamente. Pero en la España de nuestros días, hay un silencio atronador en el Palacio de la Zarzuela (igual ya no hay nadie), y en La Moncloa se debate en estos momentos si desayunar con el AS o con el Marca. Esto es, quizá, lo que merezcamos por haber elegido durante cuarenta años la mentira.

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