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Diario YA


 

La esperanza fiable

Manuel Bru. 23 de noviembre.

Hoy es el último día del Décimo Congreso Católicos y Vida Pública, el foro de diálogo entre católicos laicos más importante que existe en España. El hilo conductor de este congreso, inspirado en la encíclica Spes Salvi del Papa, ha sido “Cristo, la Esperanza Fiable”. Después de todo lo visto y oído desde el viernes, lo sustantivo es lo importante, Cristo, y la Esperanza, pero el adjetivo también lo es: “fiable”. Porque no hay otra esperanza igualmente fiable, ni por asomo. El Cardenal Cañizares, en su conferencia-coloquio de presentación del Congreso, bien explicó que una cosa es la utopía, sobre todo entre las dos utopías ideológicas más importantes, la ya trasnochada marxista, y la aún vigente y triunfante liberal, que son ensueños que se dan de bruces con la realidad, y de paso arrastran consigo un desprecio a la dignidad humana, y otra cosa, absolutamente distinta, es la esperanza. Decía Benedicto XVI que “el presente aunque sea fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esa meta, y si esa meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”.

Albergar esperanza no es creer que las cosas van a ser como a nosotros nos gustarían que sean. Albergar esperanza es creer que más allá de nuestras ilusiones y propósitos, lo mejor para nosotros y para los demás esta por venir. Explica muy bien esta verdad Victor Frankl recordando su paso por Auschwitz: “la máxima preocupación de los prisioneros se resumía en una pregunta: ¿sobreviviremos al campo de concentración? De lo contrario, todos esos sufrimientos carecerían de sentido. La pregunta que a mí, personalmente, me angustiaba era esta otra: ¿Tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas muertes? Si carecen de sentido, entonces tampoco lo tiene sobrevivir al internamiento. Una vida cuyo último y único sentido consistiera en superarla o sucumbir, una vida por tanto, cuyo sentido dependiera, en última instancia, de la casualidad no merecería en absoluto la pena de ser vivida”.

Al final, hay que admitir que la mejor razón para la esperanza es la fe. “No creemos sino lo que esperamos. No esperamos sino lo que creemos”, decía alguien con conocimiento de causa, pues vivió siempre con dudas respecto a su fe, como fue Miguel de Unamuno. Es más, podemos decir, por nosotros mismos, y por amor desinteresado a todos los hombres, que no queremos un mundo en el que todos tengan fe a toda costa, o en el que todos sin motivo huyan de la desesperanza. Persigamos un mundo en el que la fe buscada dé testimonio de la esperanza anhelada, y en el que la esperanza asentada, dé testimonio de la fe acercada. De que Cristo, y sólo él, es la esperanza fiable.  

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