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Diario YA


 

la nueva evangelización

La inmersión linguistica de los sacerdotes de origen hispanoamericano y africano

Manuel Parra Celaya. Hace poco, he visitado a fondo una localidad catalana de gran tradición histórica, artística y religiosa, guiado por unos amigos nativos; en referencia al último aspecto mencionado de esa tradición, me han contado la presencia de sacerdotes de origen hispanoamericano y africano en sus parroquias, debido a la carencia casi absoluta de autóctonos, y, por supuesto, de vocaciones a lo divino entre los jóvenes.
    Curiosamente, a estos sacerdotes de importación se les hace pasar, obligatoriamente, desde el Obispado por una inmersión lingüística, con el fin de que su idioma de culto, oración y prédica sea exclusivamente el catalán. Por otra parte, el número de fieles del lugar ha descendido en picado y predominan los emigrantes del mismo origen de los sacerdotes, pero, al comprobar que estos celebran y hablan en una lengua que desconocen o entienden mal, también dejan de acudir a las iglesias. Eso sí, en esa localidad ha crecido de forma exponencial los fieles de una gran mezquita, generosamente subvencionada desde fuera y desde dentro de nuestras fronteras…
    Sé que este estado de cosas es similar a lo que viene ocurriendo en otras localidades de Cataluña y, aun, del resto de España; por ejemplo, hace un par de años, me sorprendió -agradablemente, por cierto- el sonoro y vibrante acento mejicano del cura que oficiaba en un pequeño pueblo aragonés, y, en mi parroquia barcelonesa, sin ir más lejos, está como coadjutor un joven sacerdote africano (este, celebra la Misa en castellano, no sé si con licencia o no de las jerarquías).
    Nos encontramos ante una Segunda Evangelización o, si se quiere, una Evangelización de ida y vuelta, pues, en la historia ya lejana, España justificó su existencia como patria al realizar una misión universal, de la que podemos destacar dos realidades fundamentales: Mestizaje y Evangelización. Pasados unos cuantos siglos, quizás ha llegado el momento de que se inviertan las tornas, y en ambos aspectos, dadas las tendencias que predominan en la sociedad.
    La Iglesia Católica ha señalado, hace décadas, que Europa es tierra de misión; y, a la cabeza de esa necesidad, nos encontramos nosotros, sometidos, también desde hace décadas, a la embestida feroz del laicismo; en esto, como en casi todo, somos un laboratorio de pruebas, como decía en un reciente artículo. No solo es el fenómeno histórico de la secularización, sino algo de más calado.
    No es el momento ni la ocasión de remontarse a los orígenes y causas del problema; digamos simplemente que su momento inicial fue al arranque de la segunda mitad del siglo XX, no tanto por las innovaciones (tan necesarias) del Concilio Vaticano II, sino por las interpretaciones y versiones desviadas e interesadas que hicieron circular por su cuenta y riesgo ministros del altar y seglares de sacristía, cuando no Ordinarios del lugar, que -como dice un entrañable amigo- en ocasiones “son los más ordinarios”. Quedó atrás el chascarrillo (atribuido a Foxá, como tantos otros) de que en España íbamos siempre con los curas, a delante con un cirio o detrás con un palo…
    Es indudable que nos encontramos en una situación anómala para los creyentes, cuyas dimensiones y procedencias son, además de las estrictamente religiosas, de naturaleza sociológica y política. Apuntemos que, en lo sociológico, la institución de la familia ha experimentado convulsiones profundas y ataques solapados o directos (no olvidemos que era un objetivo para batir por parte de Gramsci); no es extraña, así, la ausencia de vocaciones sacerdotales entre los jóvenes, pues sus pilares se solían instalar en los ámbitos domésticos. La Educación, por otra parte, prescindió de la dimensión religiosa, incluso la centrada en lo estrictamente cultural; pero no se piense solamente en la enseñanza pública, pues nos consta que determinados centros educativos confesionales también solapan, cuando no contradicen, su ideario, para no asustar a la clientela y alcanzar más y mejores subvenciones por parte de las Administraciones. La propia institución de la Iglesia (me refiero a su jerarquía y a los ordenados, pues -no se olvide- la Iglesia somos todos los creyentes) puede ser señalada con el índice de la culpabilidad, al colaborar, consciente o inconscientemente, con esta tarea de secularización a ultranza.
    Y, en lo político, ¿para qué abundar en lo que está en la mente de todos los lectores? Partimos de la confusión interesada entre no confesionalidad del Estado y un puro laicismo, que es uno de los puntales ideológicos del Sistema, y que ha adquirido incluso rango de ley; de forma constante, los poderes públicos hacen mangas y capirotes del apartado del artículo 16 de la Constitución, en lo tocante a aquello de “tener en cuenta las creencias religiosas de los españoles”; y no solo el Poder, sino también la oposición, como se acaba de comprobar con el beneplácito del Sr. Feijoo en el tema del aborto…
    En conclusión, bienvenida sea la Nueva Evangelización, ahora de allá hacia acá; bienvenidos los jóvenes sacerdotes hispanos o africanos o asiáticos, con sus acentos y sus entusiasmos para acercar a Dios a los fieles. Pidamos al Espíritu Santo (¡si no fuera por Él que sería de la Iglesia!) que los libre de los ucases de algunos obispos, empeñados en hacer de los curas propagandistas de nacionalismos irredentos o espectadores silenciosos de los atropellos a la dignidad humana que se vienen cometiendo a mansalva.
 

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