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Diario YA


 

la gallera

Moralina

José Escandell. 20 de junio. Nuestra época tiene, entre sus muchos y variados rasgos, uno que hoy quiero traer a consideración. Se trata de su muy intenso aire moralizador. Se nos quiere convencer, desde los medios de comunicación, desde los ambientes culturales, desde la política, y también desde la religión, de que hay que «tomar conciencia» de tantísimos deberes. Hay la solidaridad con los desposeídos, la tolerancia con los discrepantes, el respeto hacia los creyentes, la conciencia ecológica y el sentido de la responsabilidad «global». En el colmo, se nos quiere convencer de que es preciso pagar las multas de tráfico y que es un acto del más excelente concepto de la ciudadanía el pagar todos los impuestos, porque es servicio de redistribución de la riqueza y sostenimiento del estado del bienestar.

Nada de esto se propone como instancia legal y de hecho, de una autoridad coyuntural y humana, sino que se lo presenta como derivado del sacrosanto valor de lo político democrático. No atender a aquellos requerimientos es más que sacrilegio, sino inhumanidad «fascista». Todo bajo el concepto del deber ético. Por lo visto, esas leyes «que nos hemos dado a nosotros mismos», precisamente porque derivan de nuestro humor y capricho, son más respetables e intocables que las sostenidas por un Dios huraño y fastidioso.

Este es el punto decisivo. La mejor manera de esclavizar a un hombre consiste en hacerle que se esclavice a sí mismo. En cuanto eso sucede, el hombre es esclavo y, al mismo tiempo, se siente libre. Esta es la monstruosa esencia de tanta «moralina» democrática. Es genial.

Cuentan que en la vieja Unión Soviética, los sistemas represivos procuraban que los disidentes, antes que nada, se culparan y se condenaran a ellos mismos por sus crímenes. Estos hombres rotos caminaban luego ante el pelotón de fusilamiento deseando la muerte redentora, retorciéndose por vivir en el cuerpo de tan viles delincuentes. Era el triunfo de la más rotunda tiranía.

Hoy nuestra sociedad occidental rellena nuestras vidas de obligaciones «morales», de obligaciones que se nos dirigen como arraigadas en nosotros mismos. Obligaciones que los poderosos (políticos, banqueros, empresarios, intelectuales, etc.) nos inyectan para que lleguemos a ser hombres autocontrolados en medio de un mundo sin sentido. Nos estamos esclavizando a nosotros mismos. Y, por lo mismo, cuando fallemos en nuestras conductas, nos llegarán a convencer de que lo mejor es que deseemos nuestra propia muerte (que ese es exactamente el sentido de las leyes de la eutanasia).

Nietzsche denunciaba la «moral de esclavos», establecida y administrada por sacerdotes (católicos, claro) y judíos. Una moral que persigue la domesticación del hombre y, por tanto, la represión de las energías limpias y grandes de la vida. El progresismo se ha aprovechado de Nietzsche, cosa completamente lógica, porque Nietzsche es un pensador esclavo. Han cambiado los perros que se esconden bajo sotanas y túnicas. ¿O no lo eran antes? Desde luego, ahora son perros: los nuevos predicadores, como Obama, Zapatero, Gorbachov, Boff, Küng, Dalai Lama, Mayor Zaragoza, etc. 

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