Principal

Diario YA


 

Muchas gracias, general Francisco Franco

Clandestino Manzanares.  Cada día resulta más cargante la obsesión  de un sector social por recordarnos al general Francisco Franco Bahamonde.

La mayor parte de la sociedad española no vivió el franquismo o, a lo más, lo recuerda como un reflejo trémulo en blanco y negro.

Pero los descendientes de los perdedores de la guerra civil agitan, cada cierto tiempo, el fantasma. Su último brote psicótico-social se está centrando en cambiar de sitio los huesos del difunto y prohibir que alguien hable bien de él o su periodo.

Si se mira con frialdad y gnosis, evidencia un agudo problema de salud mental promulgar una ley para cambiar de sitio los huesos de alguien a la vez que se planea tipificar como delito el hablar bien de esa persona.

A mi juicio, lo anterior se arraiga en traumas bastante profundos. Veamos…
En primer lugar, el general Francisco Franco propinó un colosal palizón a los padres y abuelos de quienes impulsan la llamada “Ley de memoria histórica”. Una paliza contundente, vergonzante y sin paliativos, pues el Gobierno del llamado Frente Popular era mucho más fuerte que los sublevados.

Para supremo recochineo, Franco no era Napoleón o Julio César, sino un militar bajito, regordete y con voz de flautín que ni tan siquiera quería unirse a la sublevación.

Por otra parte, conviene manifestar el falseamiento maniqueo sobre lo acaecido en aquellos trágicos años. Esto es,  hablar de la guerra entre una ejemplar democracia y una dictadura. Nada más lejos de la realidad…

Ya va siendo hora de denunciar que, en 1936, la II República había dejado de ser una democracia. El Frente Popular ganaba las elecciones con fuertes y fundadas sospechas de pucherazo. La idea de aquel frente de izquierda extrema no era otra que implantar una dictadura. Y la peor, la llamada “dictadura del proletariado”. No hay más que leer las llamadas a la guerra civil de, entre otros, el líder del PSOE, Francisco Largo Caballero, “el Lenin español”.

Provocaron y humillaron exacerbadamente a las derechas para hacerlas saltar y de este modo aplastarlas definitivamente. Perseguían una guerra rápida que les permitiera triturar a cualquier disidente con el fin de imponer una dictadura de izquierdas. Quien considere que aquello era ya una democracia, debería informarse mejor.

Ante ello, las derechas urdieron finalmente una sublevación cuya finalidad plasmada en los documentos del General Mola, director del alzamiento, era acabar con aquel caos, frenar esa deriva e implantar una república laica. Desde luego, se “lucieron”.

Por su parte, el general Franco no se unió a la sublevación hasta que, desde el aparato del Estado y por personajes vinculados al PSOE,  se asesinó a Calvo Sotelo, líder de la oposición. Lo normal en toda democracia, obviamente.

Sí, el franquismo constituyó un periodo oscuro y escasamente deseable. Pero infinitamente mejor que lo perseguido por aquel PSOE de Largo Caballero y sus adláteres. Ya habían intentado subyugar el país en 1934 y no cejaron en su empeño. Perseguían una guerra civil, ¡claro que la buscaban!

Pero erróneamente pensaban que se trataría de un conflicto rápido y fácil donde destruirían a las derechas y a cualquier opositor. Querían una revolución pero olvidaban que a toda revolución sigue una contrarrevolución. Quien no quiera exponerse a una contrarrevolución lo tiene fácil: que no empiece una revolución.

El saldo fue demoledor: tres años de horripilante guerra civil y una dictadura de treinta y seis años. Afortunadamente, España se libró de la “dictadura del proletariado” que sin freno ni escrúpulos anhelaba implantar el Frente Popular.

Aquel siniestro proyecto, de haber ganado, nos habría degradado a la condición de satélites de la URSS. España no habría sido algo diferente de Albania, Bulgaria o Rumania con cierto toque celtíbero.

Que lo anterior no ocurriera se debe, guste o no, a Franco.
Por ello y pese a todo, la mayoría debemos dar las gracias al general Francisco Franco.

 

Etiquetas:Franco