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Diario YA


 

Una película que conmemora el 70 aniversario de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki

Nagasaki: recuerdos de mi hijo

Víctor Alvarado

El cineasta Yoji Yamada ha dado un giro interesante a su carrera, volcándose en reflexiones sobre la familia a través de producciones como Nuestra Madre; el drama de Una familia de Tokio; la reciente comedia Maravillosa familia de Tokio o la cinta en cuestión: Nagasaki: recuerdos de mi hijo, que viene avalada por el Premio al Mejor Actor (Kazunari Ninomiya) y Mejor actriz Secundaria (Haru Kuroki) de la Academia del Cine Japonés y que fue la representante en los Óscar 2017 por Japón.

Esta cinta conmemora el 70 aniversario de los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki, recordando lo que supuso para sus familiares ese fatídico día. El argumento gira en torno a Nobuko, una viuda con gran iniciativa, a pesar de la reciente muerte de su hijo durante el bombardeo nuclear. Sin embargo, un hecho lo cambiará todo porque su hijo Koji se aparecerá en innumerables ocasiones en una especie de milagro para hablar del pasado y de la familia.

Este cineasta, a través de los ojos de una madre que perdió su hijo, nos cuenta, con una especie de realismo mágico, la forma de superar el duelo por la muerte de un ser querido, en la que el humor no está reñido con la hondura dramática. Se trata de una mujer religiosa que combina su práctica católica y su cariño a la Virgen María con las tradiciones propias de la cultura nipona como su profundo respeto a sus familiares fallecidos en una de las ciudades más cristianas de ese país y que gracias a su fe lleva una vida más fácil y se le intenta hacer a los demás.

El modo de filmar del realizador recuerda al estilo de Rafael Gordon como si de una obra teatro se tratara, pero sin que se tenga la sensación del acartonamiento propio del medio teatral cuando se emite en un medio audiovisual porque los diálogos son frescos y de entre la cotidianidad va saliendo pequeñas píldoras que van más allá. Nos ha parecido especialmente brillante la escena final de mensaje trascendente porque trasmite que, a pesar de los problemas y tropiezos de la vida terrenal, la esperanza en la resurrección tiene la última palabra.

Las interpretaciones son fabulosas. Hay una genialidad de la protagonista que se desarrolla en una de las conversaciones con su hijo, puesto que en una época en la que muchas mujeres son casadas y ella se manifiesta partidaria de la libertad para comprometerse por amor.

Finalmente, nos encontramos dos detalles en los que merece la pena detenerse. El primero aparece cuando la protagonista se da cuenta de que no es ético aceptar los productos de estraperlo de un buen amigo y la generosidad de la novia de Koji que guarda luto a su chico, que no inició una relación hasta que no estuvo segura de haber superado el dolor que le causó la pérdida y pidiendo consentimiento a la progenitora de su difunto novio, buscando a alguien muy especial que le quisiera de verdad y que le pudiera sustituir con acierto.