Principal

Diario YA


 

Editorial: "El oficio de político"

Ayer apuntábamos un asunto que, por más que se quiera tomar a broma, es bastante serio. Sobre todo, porque define muy bien lo que es la profesión de político en España: un oficio muy bien pagado donde se trabaja más bien poco, donde no es necesario asumir responsabilidades por los errores que se cometen (el partido ya se encarga de pagar multas, juicios o sanciones) y donde se valora sobre todo la descalificación soez y barriobajera del rival. Ese es todo el mérito.

Es verdaderamente asombroso que Pedro Castro haya sido alcalde de Getafe durante casi tres décadas, que siga ganando elecciones como si no costase, y que ahora esté al frente de la FEMP, donde tiene la consideración de "alcalde de alcaldes". Escuchándole hablar y viéndole actuar, uno piensa que ese hombre no nació ni para ser el presidente de la comunidad de vecinos de su bloque. Pero volvemos a lo tantas veces criticado en estas páginas: la profesionalización de la política. 

Antes, durante el franquismo e incluso también durante la Transición, se llegaba a la política después de una brillante carrera profesional en la que uno había demostrado ampliamente sus facultades, su capacidad de trabajo y su honestidad personal. El salto a la política (no siempre al poder) era un reconocimiento social a una trayectoria impecable, y las instituciones (y, a la postre, los propios ciudadanos) se beneficiaban de la experiencia y la aptitud de esa persona.

Ahora, en cambio, la política es el primer trabajo de muchas personas que viven (y muuy bien) gracias a ella, y que, por tanto, quieren mantener ese puesto de trabajo a toda costa. Aunque para ello sea necesario envilecer la cosa pública; aunque haya que bajar a las cloacas del lenguaje, emponzoñar el Parlamento e inundar los informativos de frases tan grandilocuentes y llamativas como pobres, vacías e inconsecuentes. Lo que haga falta para mantenerse ahí.

Y, claro, pasan cosas como las de Pedro Castro, o como las de Pepiño Blanco, que hace unos días criticaba a la presidenta regional por haberse metido lo antes que pudo en un avión a fin de salvar el pellejo (cosa que, salvo Indiana Jones, seguramente haríamos todos..., incluido Pepiño). Al final, la que se resiente es la pobre democracia española, siempre en mantillas, siempre pueril y subdesarrollada. Una democracia que, desde luego, no tiene casi nada de lo que presumir.

Viernes, 5 de diciembre de 2008. 

Etiquetas:editorial