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El rapto de Europa

Ángel David Martín Rubio. 9 de junio. 
 

Con los resultados oficiales provisionales en la mano, en las elecciones al Parlamento Europeo celebradas el domingo, en España no ha ganado el Partido Popular sino la abstención. El 54% de las personas con derecho a voto no han hecho uso de ese derecho. No seré yo quien les alabe. La democracia liberal tiene a mi juicio muchas objeciones pero si pone en nuestras manos la capacidad de abatir Gobiernos metiendo un papel en una urna de cristal y no lo hacemos, la responsabilidad es nuestra, no del sistema por muy corrupto que sea. Ahora bien, la otra constatación no es menos demoledora: España sigue apostando abiertamente por el bipartidismo representado por dos partidos, PSOE y PP que se llevan más del 80% de los votos y que coinciden en su visión del hombre y de la política aunque discrepen en cuanto al nombre de las personas que han de gestionar la cosa pública. El porcentaje restante se lo reparten de forma significativa separatistas, de estos que viven a costa del presupuesto del Estado español y radicales de izquierdas, de esos a quienes los cien millones de muertos causados por el comunismo les parecen pocos. La sociedad española está podrida y el resultado electoral es la mejor radiografía.

La parcial victoria del PP es una garantía de la próxima victoria socialista en las Elecciones Generales. Si con la crisis brutal que padecemos, ZP suscita entusiasmos rayanos en el misticismo, dentro de tres años, con una candidatura de perfil bajo como la de Mariano ahora revalidada, estos barren. Un poco más de arbitrismo, de ingeniería social, de control de los medios de comunicación, de subvenciones gestionadas desde los ayuntamientos afines y la cosa está hecha. Rosa Díez podrá ser la segunda edición de Ruiz Mateos pero el electorado de izquierdas español ha demostrado que prefiere el mesianismo de ZP, el matonismo de Blanco y las simplezas de Pajín a una alternativa dura, pseudo-españolista en el discurso y radical en lo social como la propuesta por UPyD. Un diputado en los más de 700 de la jaula de grillos europea equivale a la nada.

Estas elecciones han demostrado una vez más (¿Cuántas van desde 1976?) que en España no existe nada ni remotamente parecido a lo que pudiéramos llamar un voto de identidad católica reconocida. Ni siquiera identificando el voto católico —y es mucho conceder— con las formaciones pro-vida y pro-familia que se mueven en el ámbito de las opciones que respetan el común marco liberal, alcanzamos una representatividad significativa. Los católicos españoles siguen optando mayoritariamente por el PP y el PSOE, fieles a las consignas oficiales que se les han hecho llegar sin viraje constatable durante los pontificados de Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI: “nada de partidos católicos, católicos en los partidos”. Y el resultado aquí lo tenemos: gobiernos sostenidos en las urnas por presuntos católicos implantan desde el poder el laicismo más agresivo al tiempo que los obispos se convierten en los palmeros del sistema que se lamentan sistemáticamente de las consecuencias condenando los “avances sociales” a que nos conducen irremediablemente los políticos y apareciendo siempre como los malos de la película. Los que no se enteran por dónde va el mundo ¿Será que les va esto de ser los tontos útiles?

A mí me parece que el mejor análisis de estas elecciones, y de todas, ya se pronunció el 29 de octubre de 1933: «En un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de España; nosotros nos sacrificaremos, nosotros renunciaremos, y de nosotros será el triunfo, triunfo que (¿para qué os lo voy a decir?), no vamos a lograr en las elecciones próximas. En estas elecciones votad todos lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí nuestra España, ni está ahí nuestro marco. Eso es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros, fuera, en vigilia tensa, fervorosa y segura, ya sentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas».

¿Y qué hacemos ante este panorama? Ya lo hemos dicho otras veces: los torpes intentos de reconciliar al liberalismo con el Catolicismo ponen de relieve la licitud y necesidad de una resistencia en el terreno cultural y político fundamentada religiosamente a pesar de la oposición de algunos eclesiásticos, por muy arriba que éstos se sitúen. En la línea que ya apuntaba Vázquez de Mella:

«Cuando no se puede gobernar desde el Estado, con el deber, se gobierna desde fuera, desde la sociedad, con el derecho ¿Y cuando no se puede, porque el poder no lo reconoce? Se apela a la fuerza de mantener el derecho y para imponerlo. ¿Y cuando no existe la fuerza? ¿Transigir y ceder? No, no, entonces se va a las catacumbas y al circo, pero no se cae de rodillas, porqué estén los ídolos en el capitolio». 

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