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Responsabilidad y culpabilidad

Luis Joaquín Gómez Jaubert. 15 de mayo. El desconocimiento de las verdades fundamentales de la Fe, por parte de la mayoría de los católicos, es alarmante. Las vivencias de un bautizado van quedando reducidas a una sensiblería que hace referencia a tradiciones populares ligadas al pueblo natal o, incluso, a imágenes que, desde la perspectiva del sujeto, no tienen casi relación con la Virgen o con los santos que representan. Pregunten a los devotos de aquellos que ya pertenecen a la Iglesia celestial sobre cualquier aspecto de la vida de los objetos de sus devociones y entenderemos de lo hasta aquí afirmado. De hecho, pueden leer ofensas a Cristo, a María o a la Iglesia o contemplar impasibles películas con idéntico argumento sin sentirse ofendidos. ¿Qué da lo mismo que la Virgen tuviera más hijos o no o que los tuviera Jesús con la Magdalena? El alejamiento de muchos, que se confiesan católicos, de la dogmática católica, es mayor que aquel que sufrieron, por ejemplo, los primeros protestantes.

Algo similar sucede con el comportamiento moral de bastantes miembros de nuestra Iglesia. Aún conociendo la doctrina católica, el relativismo que, también, profesan conlleva que el creyente no se sienta afligido por la conculcación de la misma en materias que deberían afectar, gravemente, a su conciencia. Público y notorio son las expresiones repetidas de "para mí no es pecado" vivir en concubinato o abortar o el mal llamado matrimonio gay, etc.

Más perversa por su proyección y más peligrosa, moralmente hablando, es la posición adoptada por los cristianos públicos que abandonan su conciencia católica cuando se adentran en los parlamentos o en las disciplinas de partidos ¿cuántos de ellos se han arrepentido y han pedido perdón públicamente, como público fue su voto, de los cientos de miles de abortos que han sido favorecidos cuando no propiciados por la aprobación de la diversas leyes del aborto o de la píldora abortiva? ¿Cuántos de ellos se han arrepentido o pedido perdón  por la aprobación con una u otra denominación de uniones homosexuales o de haberlas celebrado con los militantes de sus propios partidos mayoritarios?

En este contexto, no deja de pesar en este artículo la gravedad del compartir escaños en la misma formación política con los que promueven y fomentan lo hasta aquí denunciado, en el desprecio a la moral objetiva o, incluso, el ser parte de listas electorales con ellos. Yo, tal vez sea escrupuloso, no podría vivir tranquilo sabiendo que, gracias a mi reconocida condición de católico, arrastrara tras de mí en la misma candidatura a tantos que, posteriormente, no van a defender ningún postulado que aliente las raíces cristianas de Europa. 

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