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Diario YA


 

Camino de Zinderneuf

Con sombrero y gabardina gris

Juan Carlos Blanco. Parece uno de los géneros más de moda en la actualidad, la novela de suspense o novela negra sumando adeptos con una facilidad pasmosa que podría parecernos fuera de lugar o de sitio, cuanto menos sorprendernos en alguna medida, después de la ingente cantidad de años transcurridos desde las ocasiones primeras en que se publicaron aquellas novelas de tinte iniciático que lo modificaron todo en el panorama literario de ámbito internacional. Wilkie Collins y su Piedra Lunar como punto de partida aceptado por una mayoría inmensa, con el anciano Betteredge campando a sus anchas y cavilando y tratando de esclarecer los acontecimientos últimos que lo ponían todo en entredicho, acompañado siempre y en todo lugar de su pipa humeante y de su ejemplar tan manoseado del Robinson Crusoe que hiciera sus delicias desde la primera infancia y que consultaba con la mayor frecuencia.

 Y como digo parece aceptada por casi todos esta novela insigne, como el origen y punto de partida de un género que han adoptado muchos de los autores más grandes, bien como lectores voraces que no lograban distanciarse apenas de la urdimbre pergeñada por las mejores plumas, bien garrapateando algunas decenas de folios en su intento último de probarse a sí mismos en una modalidad que no siempre gozó del más encendido prestigio: Wilkie Collins, Conan Doyle, Simenon, Dashiell Hammett. Por nombrar alguno de mis favoritos. “El reloj de encima de los ascensores marcaba las once y veintiún minutos cuando Cairo entró desde la calle. Traía la cabeza vendada. Su ropa presentaba el aspecto arrugado de la que se ha llevado puesta durante muchas horas seguidas. Tenía la cara demacrada, y la boca y los párpados caídos. Spade salió a su encuentro junto a la conserjería.”

 Los héroes vencidos que salpican con inusitada frecuencia la mayor parte de las novelas de misterio o de suspense o meramente detectivescas, novela negra o de serie negra y que parecen moverse siempre bajo unos parámetros similares que sin embargo no muestran signos de agotamiento o decaimiento alguno, como si resultase inagotable la madeja de historias que pudieran desarrollarse en semejantes circunstancias. El cigarrillo humeante y la copa de licor o la taza de café caliente situadas a muy poca distancia, el sombrero calado lo más posible y el cuello de la gabardina por completo

 Y en realidad pueden extraerse conclusiones muy apreciables de la lectura atenta de muchas de las mejores obras detectivescas, el análisis suspicaz de los elementos que componen la trama y la metaliteratura que se arroja sin ambages ni comedimientos innecesarios y que termina por recrear escenarios infinitamente más vívidos de lo que pueda parecer de inicio. Sin olvidarnos de la vertiente reflexiva que roza lo metafísico en alguno de los autores más reputados, como si se sirvieran de la trama inicial para adentrarse en cuestiones mucho más arduas y que se revelan de pronto con toda la intensidad imaginable y que parecen dignas de alguno de los escritores más destacados de la historia literaria.

 Y en realidad cuesta en ocasiones diferenciar una novela negra de la que no lo es, no estrictamente al menos, no de inicio y como pretensión única; finalmente el misterio y la acechanza parecen unas herramientas muy útiles para el autor a la hora de elaborar la trama, y rara es la novela en que no se encuentra una buena dosis de ese halo indescriptible que denominamos misterio. Paul Auster, McEwan, Javier Marías, Pérez-Reverte, Javier Cercas, Pamuk... Quién podría desembarazarse de la tentación de envolver sus libros en el más enconada incógnita.

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